Somos vos y yo. Vos y yo. Ensartados a esta realidad como una astilla porosa, gallarda, en el ojo del bebé más risueño. Esa combinación de agua, sangre y esperma a la que nunca llegaremos. You and me. A bordo de un acantilado erigido sobre cuatro paredes negras de humedad, el colchón eterno (y sin resortes) medio litro de leche descremada, y dos paquetes de bizcochos “9 de Oro”. Pero siempre hallamos el pasadizo indicado: ése que permite remediar esta ausencia sin comodines. ¿Qué hacer? Sólo subir el volumen. Otra vez. Otra vez. Otra vez. Hasta que el piso vuelve a disfrazarse de Parkinson: tiembla más que dos mendigos semidesnudos en una noche lluviosa de julio. A un paso, la ventana. El vidrio grasiento que jamás lavé. Enseguida, un edificio nos enfrenta: pegado al nuestro. Esto de vivir en un complejo de dos torres es poco feliz... Mirá qué lindo: un niño idiotizado por un televisor que intenta educarlo. Nada más delicioso que una sopa cabello de ángel en compañía del Cartoon Networ...