La Puntana
La necesidad de ser abrazado le llega como una convulsión. Un escalofrío teñido de descarga eléctrica. Y la sensación se abalanza sobre su pierna renga como una telaraña carcomida por el desaliento. Ese pedazo putrefacto de venas y carne surcada por hormigas imaginarias que levanta la basura de las baldosas mientras devora zapatos y huellas que se hacen un sendero que raya el pedregullo. El mismo sueño está de regreso. Sólo que ahora una correa negra le cruza la cintura y, atado, apenas puede permitirse entreabrir los párpados para superar el vidrio sobre el que yace apoyada su cabeza. No hay salvaguarda. Cientos de automóviles esculpidos en chapas podridas lo enceguecen mientras esperan el verde del semáforo. Gomería. Restaurante. Chivito a la parrilla. Wal-Mart. Luz de neón que se niega a morir bajo las piedras desatentas que lanza un niño descalzo. Quiere gritar, pero no hay voz. Apenas un pecho que sube y baja debajo de la tela blanca que lo protege del calor y dos cables conect...