Tilcara

… y bueno, eso fue hasta que llegamos a Tilcara. Digan que todavía no está mi señora, que no me deja mentir. ¿De qué te reís, Fundillo, si vos sos más pollerudo que yo? Así que ahí estábamos, en Tilcara. En Jujuy, vieron. Sin los pibes y caminando por las ruinas de los indios. Esos indios así, más belicosos que la mierda, que se plantaban ahí, arriba de la montaña, y que se amontonaban en el pucará ese. Y desde ahí cagaban a cascotazos a los españoles. A los gallegos cabeza de dado.

¿Algunos de ustedes conoce el pucará de Tilcara? No, Molinari, ni en pedo que se parece al fortín que viste en Saldungaray. A ver, ¿cómo lo explico? El pucará es como una especie de aldea, pero toda hecha de piedras. Casitas y casitas armadas con toscas en la punta del cerro más alto del pueblo. O algo así. Y ahí estábamos nosotros, ahí arriba, con la Nancy ¿no?, cuando veo salir de una de las chocitas estas que les digo, toda hecha de piedra, a un tipo. Un tipo. Justo ahí arriba, en la punta del cerro.

El tipo sale, lo miro, me mira, pelo lacio, llovido, bajito, negrito, medio chinito. Así ¿no? Bueno, un boliviano. El tipo sale y yo lo huelo al humo. Porque yo para esas cosas, desde que casi fui a Malvinas, soy como mandado a hacer. Le digo a la Nancy Este se afanó algo, acordate. Se afanó algo: así se lo digo. Al oído pero en seco. ¿Acá arriba, Rodolfo?, dice ella. ¿Qué se puede afanar de acá? Mirá la miseria en la que vivía esta gente…

Entonces yo le digo ¿Cómo qué se puede robar, Nancy? ¿Vos me estás gastando, Nancy? ¿Vos sabés donde estamos, Nancy? Acá se fundó la Patria, Nancy. ¿Acá?, dice ella. Sí, acá. En este preciso lugar. ¿O a quién te pensaba que le daba órdenes Belgrano, Nancy? ¿A los indios?, largó ella. Vieron cómo es Nancy… Ella todo lo tiene que preguntar. Vos le preguntás algo y ella te contesta con otra pregunta. Claro, Nancy, le digo. Para voltear a los gallegos, y que vos seas argentina, lo tuvieron que hacer acá mismo.

¿Y este hombre qué tiene que ver, Rodolfo? ¿Cómo qué tiene que ver, Nancy? ¿Acaso no lo ves? Es bolita, Nancy. Sí, ¿y qué con eso? ¿Cómo qué, Nancy? No me digas que no sabías que Belgrano y los indios se sacrificaron para terminar con los gallegos y, de paso, con los bolitas también… La Nancy no me creía ¿pueden creer? Bueno, ustedes ya la conocen… Nancy viene de un pueblo. Cerebro de mosquito y punto. A veces me dan ganas de prender un fueguito y hacerla al espiedo…

Cuestión que le digo Este negro anda en algo, Nancy. Y la tironeo a ella de un brazo, para que me acompañe a la choza de la que salió el tipo ¿no? Va y nos metemos en la casita de la que había salido el bolita y… ¿con qué nos encontramos? La verdad, ¿no se lo imaginan? Un sorete. Sí: un flor de sorete encontramos. ¿Pueden creer? El boliviano se había metido en la casita de piedra para mandarse una soberana cagada. En el mismo lugar en el que Belgrano había peleado hasta la muerte. En un monumento histórico.

Porque el que mandó a construir ese pucará ahí, en el cerro más alto del pueblo o algo así, no sé si lo sabían muchachos, fue Belgrano. Que lo hizo con la ayuda de Sarmiento. A los indios los metieron después, claro, porque no sabían apilar las piedras. Vieron que ellos vivían así, en carpas y comiendo carne cruda. Cero arquitectos los aborígenes.

A los indios también los metieron mucho después en el pucará porque los gallegos habían matado a casi todos los soldados argentinos. Y entonces hubo que cazar a los indios que andaban corriendo todo el día por la pampa para tener tropa de repuesto.

Dicen que había muchos indios así, corriendo. Después los vistieron más o menos como la gente, porque tenían la costumbre de andar en bolas todo el día. Y chau: los subieron a todos arriba del cerro para frenar a los gallegos.

El problema, igual, no fue ese. Hubo que enseñarles a tirar, por ejemplo, porque los indios se agarraban tremendos pedos con el aguardiente que Belgrano venía acumulando en las bodegas para combatir el frío, porque ahí arriba ustedes no saben el frío que hace, y no tenían ni la más puta idea de lo que era una carabina.

¿Qué les quiero decir con esto? Que el Estado, o sea ustedes y yo, o nuestros tatara tatara tatarabuelos, que pagaban los impuestos como nosotros ahora, invirtió quien sabe cuánta guita para entrenar a los indios… para que defiendan de los gallegos… una ciudad que fundó Belgrano… con la ayuda de Sarmiento. Hasta ahí vamos ¿no? Una ciudad que fundaron todos estos tipos, estos mártires de la Patria, para que con los años, ¡y qué digo los años!, los siglos, nosotros podamos ir y pasear. Y conocer.

¿Y para qué tanto sacrificio? Para que venga un boliviano y te cague. A vos, a vos, a vos y a mí. Todos cagados por un sorete que nos mancha a nosotros y a nuestros héroes. Entonces, muchachos ¿qué queda como conclusión? Piensen. Lo que queda, muchachos, y no se sonrían así porque recién voy un vaso de vino, es que nunca ganamos la guerra. Que ese pucará, que esa ciudad de piedra ahí, en Tilcara, nunca debió ser abandonada. Nunca debimos sacar a los indios de ahí arriba ni dejar que Belgrano se muriese. Es así, muchachos. Y se los digo así, sin anestesia, para que se sientan como yo en ese momento. Para que vean que somos unos sumisos de mierda.

Y lo digo así porque darle vueltas es al pedo. Mañana así como hoy va un bolita y te soretea la casita de los indios, mañana viene otro y te planta una bandera y te la tenés que comer. Mañana para entrar al pucará de Tilcara vas a tener que mostrar el pasaporte. Así nomás. Porque uno los ve así, petisitos, negritos, vendiendo ají molido en la puerta de un Coto y les parece que son medio opas. Pero no es así. En sus cabecitas negras, a la noche, cuando se tapan con cartones y se dicen Buenos Noches con ese tonito que a uno le parece simpático, ellos piensan y piensan en cómo conquistar Tilcara.

Y no digo un Tilcara: mil Tilcaras. Como en las épocas en la que andaban en yunta con los gallegos. Mil Tilcaras. Mil casas. ¿Y qué son mil casas? Toda la Argentina. Cada casa nuestra es un Tilcara a conquistar para ellos. ¿Para qué nos quieren conquistar las casas? Fácil, muchachos: para cascotearnos a nosotros. Para que la cosa sea al revés. Y que los que necesitemos un país hermoso para vivir seamos nosotros y no ellos como pasa ahora.

Por eso, atenti. De a poco, como haciéndose los boludos, se están viniendo con todo. Hoy es un sorete en un pucará. Mañana son nuestros trabajos. O nuestras mujeres. Vieron que a ellos las minas altas, blancas, con todos los dientes, las ponen como locos…

Atenti, insisto. Que no te engañe esa sonrisa que ponen mientras te destapan el inodoro. No señor, porque ellos empiezan así. Así se meten. Y así te reemplazan. Pero bueno, muchachos, es para ir pensándolo de a poco. De a poco, pero todos los días.

Che, cambiando de tema, ¿alguien compró limón para condimentar la ensalada? Pero qué son, ¿extraterrestres que no van a echarle algo para darle gusto al tomate y la lechuga? Dejen, no se preocupen, que llamo a uno de mis pibes.

A ver, Marcos, vení, hacéme un favor. Echate un pique hasta acá a la vuelta y traéme un limón. Dale, por favor. ¿Plata? No, la billetera me quedó en la guantera y ya sabés que tu madre anda en el auto. Andá y pedí un limón. Claro que está abierta la verdulería, Marcos, si son los únicos que laburan un domingo. Dale, andá y decíle a Mamani que te lo anote que mañana paso. Gracias.

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