Seis décadas de Papá


¿Cuántos tenías? ¿Tres? ¿Cuatro años? Nene sin juguete que aprendió de chico el arte de traer la monedita a casa: empezaste limpiando lápidas en el cementerio de Trenque Lauquen. También hubo que cambiarle el agua a los adornos florales. Tan chiquito, patitas flacas como una escopeta de dos caños, y ya sabiendo tanto de la muerte. Hijo de un gaucho irlandés de pinta, caballo y guitarra: te lo mataron antes de que pronunciaras la primera palabra. Sin adivinarlo, Patricio se llevó con él la promesa de esa infancia común, de nene preocupado sólo por salir a jugar, que nunca tuviste. Tocó crecer sin el sostén paternal de la planta que suelta cuando se debe. Madurar antes de ser fruto.

Pero fuiste hacia adelante. Primero, cementerio. Después, el reparto de leche en carro. Más tarde: canillita del diario La Opinión. Siempre detrás de la monedita, porque había que apuntalar el rancho. Porque Idolina, tu mamá, aunque se doblaba el lomo todas las madrugadas cortando kilos y kilos de carne en el frigorífico, fue tan valiente que no lo pudo todo. Hubo que ayudar. Mirta, Abel, Raúl y vos, renegando con el piso de tierra que no se aplaca y las tormentas que tiran abajo paredes en medio de la noche. Un día, alguien te vio vendiendo caramelos en las canchas de Argentino, Monumental y Barrio Alegre. Otro, agachado en el campo, forcejeando con los baldes, haciendo silos que hasta el día de hoy mezquinan granos.

Cierta tarde de potrero te pusieron al arco y entre volada y tapada, con el pelo largo a lo Gatti, encontraste el lugar que no abandonarías nunca: abajo de los tres palos. Seguro el 1. Tiren de donde quieran, lo que se les antoje, porque siempre será igual: seguro el 1. Llegó la colimba. Soldado Joyce, peluquero. Para esa época ya eras, sin lugar a dudas, el mejor disc jockey de Trenque Lauquen y la zona. ¿Te acordás? Vendría el récord nacional de mayor cantidad de horas pasando música de forma ininterrumpida. El sultán del swing. El playboy del oeste bonaerense. El de los autos de carrera, el volanteo arriesgado, embrague-caja-embrague-acelerador como otra extensión del cuerpo. El corazón que empuja más que el mejor motor. Rocky Balboa en la tierra del cacique Pincén.

Hasta que un día me toco aparecer a mí. El hijo blanco del caballero de la noche. Y tuvimos que aprendernos. Desde la infancia de monosílabos hasta la adolescencia de incursiones mutuas en territorio enemigo. Una vez retiramos embajadores y nos desconocimos por un buen tiempo. Dos ex algo que se cruzaban por la calle sin siquiera mirarse. Pero la vida es menos tonta que uno mismo y enseña. Por suerte, siempre está el que aprende. Extendiste la mano y ahí estaba yo. Esperándote, otra vez. Para empezar mi viaje, claro, que no podía ser sin vos. Arrancamos. Batalla tras batalla, espalda con espalda. Si perdimos, nunca nos enteramos. Y dudo que eso suceda alguna vez. Porque en toda ocasión que el devenir amaga doblarme, dibuja en el aire el golpe que imagino fatal, ahí estás para decirme: Yo siempre sigo acá, abajo de los tres palos. Seguro el 1.

Entonces, vuelvo a mirar hacia adelante.

Como pasó esa Navidad, cuando lloraste en mi hombro tras una separación de ¿meses? ¿años?, y yo sólo pude abrazarte y no decir nada. Porque ya nos habíamos perdonado. A nuestra manera. Como tantas otras veces: duros con el otro. Pero siempre hacia adelante. Y así nos encuentra la vida este 27 de septiembre, papá. Justo el día que cumplís 60 años. ¿Sabés la de veces que te he pensado? No tenés idea. Hoy, ahora, puedo decir que tengo el padre que quiero porque me permití elegirte. Sí: te elegí. Y ha sido una suerte poder acompañarte en tu camino. Ser parte de tu historia. Tan de película. Tan de novela que no sé si un día podré escribir.

Siempre serás un misterio para mí, papá. Siempre. Pero ¿qué es el amor si no un interrogante perpetuo? Creéme que no espero una respuesta. Me basta con el abrazo de cada vez. Me alcanza con enfrentar el espejo cada mañana y verte a vos. Tengo el enorme privilegio de que seas mi viejo. Tengo la fortuna de ser tu hijo. No voy a pedir más.

Felicidades, Bubby.

Gracias por la vida.



Bubby Joyce, papá, en su época de canillita del diario La Opinión de Trenque Lauquen. En la imagen, el quinto de izquierda a derecha:

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Buenos Aires es como tu útero, mamá. Que sangra porque no tenés hijos

La zoonosis como posibilidad: gripe aviar en Yucatán

Comer veneno: el Estado argentino reconoce que frutas y verduras a la venta vienen con agroquímicos