El que mueve los pies
Puede negarlo. Esbozar un NO con la nuca. Pero la melodía turquesa lo toma de los brazos y, caído el primer párpado, ya es un talón girando sobre la vereda. Hábil de tobillos, mira por sobre el hombro y encuentra (en retirada) mis cejas de pan negro. No. No. Que no soy yo, por favor. Lo supongo: imagina que hablo cuando en realidad jamás supe usar la lengua. Y luego, nuevamente intrépido, retoma el vuelo inesperado sobre un mar de sombras de cemento que siempre será el mismo. Libera el cuello. Vuelve. Libera el cuello. Vuelve. Enamora una puerta con la espalda y aprieta, sin gritar, un timbre sin rostro ni precio. Portero eléctrico de cuatro botones. Pero nadie contesta. Nunca nadie contesta Nunca. Ajá: somos dos omnívoros con una verdad en la sien que nos pesa demasiado. Reconozcámoslo: cada vez demasiado... Es incapaz de elegir. El acorde suena más fuerte y quiebra la cintura para eludir el vértigo. Una telaraña de dedos lanzados inútilmente al aire. Hagamos de cuenta que no nos sab...