Un Chernobyl acá a la vuelta


Seis provincias de la Argentina son depósito de más de 6 millones de toneladas de residuos radiactivos. Los desechos se apilan al aire libre y contaminan aguas y tierras. Córdoba capital alberga tambores con restos de uranio. En Malargüe, la basura atómica se acumula a 10 cuadras del centro de la ciudad

Por Patricio Eleisegui
@Eleisegui


Tres centrales construidas -dos en funcionamiento pleno- y siete yacimientos de uranio formalmente abiertos aunque sin actividad extractiva. Planes para la construcción de al menos una central más, además de proyectos para la instalación de reactores de baja potencia con vistas a un eventual aporte al tendido eléctrico nacional.

De esa forma puede sintetizarse la realidad de una Argentina nuclear que a lo largo de distintos gobiernos no ha hecho más que vanagloriarse de una capacidad que, a los ojos de los defensores de la generación atómica, la coloca en una posición de referencia en términos regionales.

Pero, como ocurre en el grueso de las historias construidas para solventar una grandeza siempre en entredicho, existe una historia no contada. Y que debe exponerse como el “lado B” de una apuesta tecnológica cuyo aporte real a la matriz energética a lo largo de décadas con total certeza merece tildarse de simbólica.

Sucede que, incluso operando a su mayor potencia, las centrales de Embalse -hoy en situación de parada técnica por mantenimiento y extensión de su vida útil- y Atucha I y II, representan apenas el 7% de toda la electricidad que se genera en el país. Lo no dicho es el peligro sanitario y ambiental generado por toda la estructura desarrollada durante décadas para abastecer la aventura atómica fronteras hacia adentro.

En ese sentido, un trabajo de la organización BIOS Argentina al que accedió este periodista expone que, producto de las explotaciones de uranio llevadas a cabo desde 1955 a la fecha, en territorio nacional se acumulan más de 6,3 millones toneladas de residuos radiactivos distribuidos entre las provincias de Salta, Chubut, Córdoba, San Luis, Mendoza y La Rioja.

A estos desechos, apilados a cielo abierto, hay que sumarle unos 153.000 metros cúbicos de residuos nucleares líquidos. Sin tratamiento alguno, puede ubicarse basura atómica -por poner un ejemplo concreto- a poco más de 10 cuadras de la iglesia principal de Malargüe, en la provincia de Mendoza.

La investigación de BIOS Argentina, titulada “Peligro, residuos nucleares: una historia de engaños, ocultamiento y abandono”, expone referencias de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en las que el mismo organismo reconoce que los residuos sin tratar “constituyen fuentes potenciales de repercusión química y radiológica, tanto para los trabajadores de la industria como para los individuos del público que resulten expuestos, si los mismos residuos se dispersan en el ambiente”.

“Algunos de los productos radiactivos en las colas (montículos) pueden producir radiación gamma. La dispersión de las colas mediante el viento o el agua, o por disolución puede trasladar partículas radiactividad y otros compuestos tóxicos a capas de agua superficiales o subterráneas que constituyen fuentes de aguas potable, a los suelos, a la cadena trófica y a los alimentos”, aporta el trabajo, citando siempre a la misma CNEA.

Entre los sitios que irradian, BIOS Argentina menciona al yacimiento Los Gigantes, que operó entre 1982 y 1990 a sólo 33 kilómetros de Villa Carlos Paz, en la provincia de Córdoba. Sólo en ese área yacen en la actualidad más de 2,2 millones de toneladas de residuos de uranio y otras 1,6 millones de toneladas de estériles -rocas separadas durante la extracción, algunas de ellas radiactivas- “expuestos a las inclemencias del clima y afectando los afluentes del río San Antonio y el lago San Roque”.

“Estos cursos son fuente de agua potable para Villa Carlos Paz, Cuesta Blanca, Icho Cruz, tala Huasi, Mayu Sumaj y San Antonio de Arredondo”, especifica la organización.

Un caso escalofriante es el de Dioxitek SA, compañía que a partir de 1982 comenzó a procesar dióxido de uranio en Rodríguez Peña al 3200, dentro del barrio Alta Córdoba de la ciudad homónima.

Durante décadas, esta instalación fue centro de acopio y manipulación de tambores de uranio provenientes del puerto de Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires, previa importación. El traslado del material siempre tuvo lugar por rutas y a través de flotas de camiones.

Aunque fuera de operaciones, y mientras se continúa discutiendo el traslado de la operatoria de Dioxitek SA a la provincia de Formosa, lo concreto es que en pleno corazón de Córdoba hoy continúan enterradas unas 57.600 toneladas de residuos. “Se trata de residuos radiactivos de baja actividad, donde permanecen sin membrana ni sistema de contención, compuestos por uranio y otros materiales radiactivos derivados del uranio como radio 226, radón 222 y plomo 210”, puntualiza el trabajo.

Hay más: en el yacimiento Sierra Pintada, departamento mendocino de San Rafael, los desperdicios nucleares suman más de 1,7 millones de toneladas. El grueso de ellos se encuentra distribuido en alrededor de 5.340 tambores desvencijados y a la intemperie. La explotación, abandonada por la CNEA en 1997, mantiene en alerta a los habitantes de la zona hasta el día de hoy.

En esa dirección, BIOS Argentina resalta que “el estado de abandono en que ha quedado la explotación les preocupa a los habitantes por augurar un futuro siniestro para los cultivos y el turismo: el desagüe con residuos radiactivos y otros compuestos tóxicos, vertidos sobre napas y acuíferos del arroyo El Tigre, confluyen en la cuenca del río Diamante. Es el agua de la cual toman diariamente y con la que riegan sus fincas”.

“El Complejo Minero Fabril de San Rafael lleva acumuladas dos millones cuatrocientas mil toneladas de colas residuales, un millón de toneladas de material estéril, seis millones de toneladas de marginal, unos cinco mil tambores de residuos sólidos radiactivos provenientes del complejo fabril de Córdoba, Dioxitek, ciento cincuenta y tres mil metros cúbicos de residuos líquidos, resultado de la neutralización de los efluentes ácidos del proceso, distribuidos en diques de evaporación, en un estado de abandono preocupante”, detalla la investigación.

Desde el inicio de la extracción de uranio en 1974 hasta el presente, los residuos generados en Sierra Pintada permanecen a cielo abierto y sin tratamientos de remediación. Lo mismo ocurre con la actividad para Malargüe: en esa locación, la basura atómica completa las 700.000 toneladas.

A continuación, el detalle de los yacimientos y su respectivo nivel de desecho radiactivo acumulado y sin tratar. El listado expone estadísticas oficiales de la CNEA:


A fin de exponer con mayor claridad la ubicación de algunos estos puntos -por fuera de los ya mencionados-, vale decir que Don Otto se ubica en el Valle del Tonco, en la provincia de Salta, prácticamente encima del Parque Nacional Los Cardones. “De hecho, el yacimiento de uranio Los Berthos -que integra el sistema Don Otto- está dentro del propio parque nacional”, precisa BIOS Argentina.

“En los alrededores de la mina subterránea hay un panorama desolador: grandes cantidades de hierro, vías y vagonetas oxidadas, cables, alambres, latas y tambores, maderas y tablones. Todo diseminado entre escombreras y plataformas de hormigón. Existe una buena cantidad de colas de uranio derrumbadas, a merced del viento y de las lluvias. En el centro de la planta hay tanques herrumbrados que fueron depósitos de ácido sulfúrico para lixiviar las rocas uraníferas, una fila de piletas desvencijadas, gomas, cables y parte de colas de uranio desprendidas del montículo original sujeto por un alambre de gallinero oxidado”, puntualiza el trabajo.

Los Colorados, en tanto, se ubica en el departamento Independencia de la provincia de La Rioja. En cuanto a La Estela, el yacimiento se encuentra emplazado en Villa Larca, a escasos 30 kilómetros de la localidad turística de Merlo, en San Luis. Ya en lo referente a Los Adobes, la explotación se encuentra en el distrito de Pichiñán, provincia de Chubut. De acuerdo a la investigación de BIOS Argentina, “el río Chubut circula en el área de la explotación uranífera”.

El ex complejo minero se encuentra a unos escasos 1.000 metros del cauce del río, y a su vez sobre un curso de agua temporario que desemboca en el mismo”, precisa la publicación, al tiempo que afirma que, desde el cierre de la extracción en 1981, los vecinos instalados en cercanías de Los Adobes vienen denunciando “enfermedades raras que vinculan al agua que beben y al particulado que vuela.”

“Han reclamado que se hagan estudios epidemiológicos, pero no han tenido respuesta. Los vecinos observaban que a las ovejas se les caía el pelo y que aparecían muertas. Finalmente intervino un juez que exigió a la CNEA que instale un cerco perimetral para alejar del predio uranífero a la fauna tanto como fuera posible.”

En virtud de lo expuesto, quien aquí escribe tomó contacto con Silvana Buján, referente de BIOS Argentina y autora de “Peligro, residuos nucleares: una historia de engaños, ocultamiento y abandono”, quien entre otros aspectos expuso que en ninguno de los sitios donde hoy se acumulan residuos atómicos se han hecho relevamientos sanitarios.

“Apenas si alguna vez se llevaron a cabo simulacros de evacuación en las centrales de Atucha y Embalse. Lo que hay que resaltar es que la propia CNEA reconoce la existencia de estos sitios con residuos. Son lugares totalmente abandonados porque, por cuestiones de mercado, en un momento dejó de convenir explotar uranio en la Argentina”, explicó.

“De hecho, si hablamos de reservas comprobadas, en su momento la CNEA midió altas concentraciones de uranio directamente abajo de Villa Carlos Paz y Cosquín, en la provincia de Córdoba. El proceso para separar al uranio de la roca requiere el uso de ácido sulfúrico. El resultado de ese tratamiento derivó en una contaminación del lago San Roque por el trabajo que se llevó a cabo en el yacimiento Los Gigantes”, agregó.

Buján destacó que, en casos como Malargüe, jamás se midió la radiactividad derivada de la explotación minera. “Ahora se está remediando el lugar, pero los residuos están a sólo 10 cuadras de la iglesia principal. Los trabajos que se están llevando a cabo consisten en hacer un agujero del tamaño de dos canchas de fútbol para luego sellar los residuos con capas de piedra y arcilla. Eso es todo lo que se está haciendo”, especificó.

Respecto de los efectos concretos de la radiactividad liberada, la entrevistada explicó que los elementos emiten partículas alfa, beta y gamma, siendo estas últimas las de mayor riesgo en tanto está científicamente comprobado que provocan cáncer y malformaciones genéticas.

“Todo emite radiactividad, sea alta o baja. Pero jamás se midió cuánto es lo que están recibiendo los habitantes de la zona por efecto del polvillo o lo que llega a las aguas producto de las lluvias que lavan las pilas de residuos. Lo único que ha hecho la CNEA en concreto hasta ahora es una suerte de mea culpa. Reconoce que estos sitios existen y están abandonados. Pero la remediación sigue demorada, con todo el peligro que esto implica, más allá de algún que otro gesto puntual”, concluyó.

Dentro del Gobierno, mientras tanto, la mira continúa colocada en el extremo opuesto a la desarticulación final de estos yacimientos. Muy por el contrario, un consultor del Ministro de Energía Juan José Aranguren -con pasado en la Secretaría de Energía de la Nación- reconoció la decisión de intensificar la apuesta por las centrales nucleares.

Vamos a cumplir lo pactado con China por el kirchnerismo, que tuvo cierta devoción por el tema nuclear, y a partir de ahí delinearemos nuevos planes para generar más energía a través de nuevas centrales. Nos legaron la construcción de otra central y eso es lo que se va a hacer. La situación del uranio y su extracción es algo que deberá volver a evaluarse”, aseguró la fuente a este periodista.

El vocero evitó pronunciarse respecto de los millones de toneladas de residuos que por estos días se apilan en 6 provincias de la Argentina. De esto se desprende que la posibilidad real de una contaminación irreversible todavía no ocupa lugar en la agenda de prioridades del oficialismo.

Mientras el tiempo transcurre, en la Rioja, Córdoba, San Luis, Mendoza, Chubut y Salta, la radiactividad liberada somete a los habitantes de esos territorios a un Chernobyl propio, doméstico. Aunque, por conveniencia dirigencial, sin diagnóstico médico.

Como viene ocurriendo en las últimas gestiones presidenciales, el segmento político local parece olvidar, otra vez, que hay tragedias que esperan por todos a la vuelta de la primera esquina.

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