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Mostrando las entradas de febrero, 2009

Detrás de la Puerta

“¡Estás muy equivocado si pensás que sobrellevar las cosas es tan fácil!”. Entreabro -pesados, unidos por una hebra amarilla- los ojos de agua verde. Mano desesperada en busca de la sábana perdida. “Años y años mirándome en silencio... Nadie me avisó de este calvario; esta vida que supura miseria...”. Giro hacia un costado y reacomodo la almohada siempre transpirada bajo la mejilla derecha. “¡Basta, basura! ¡Basta de mirarme así!”. El grito doloroso vuelve a usurparme el sueño. Suspiro con pesadez al tiempo que, boca arriba, intento desentrañar el vello de mi ombligo. “Yo buscaba una compañía, ¿Entendés? Pensé que se podía superar la pesadumbre; que esto me pasaba como una suerte de bendición... pero me engañé”. El ruego, súplica, alarido y garganta desgarrada, proviene de una habitación vecina. “Me engañé de la forma más estúpida... por vos... que estás para nada, ahí... que me enseñás lo que es el egoísmo... y sonreís sin hablar”. Sí, el llanto ocurre dentro de mi departamento. El

Rebotar

Otra vez la puerta reventada a rasguños. La estela blanca de la ropa con carne que atropella la madera a toda velocidad para rebotar. Las manos, las tuyas, las que acarician y ahorcan, las que cosechan el esperma y me cierran los párpados cada vez que muero, de pronto astilladas por el filo de la palabra hecha violencia. Rebotar. Mi fracaso vuelve a despertarse enredado. Y encuentra en tu espalda el mejor espejo para volverse una rama lacia de sauce verde. No alcanzan los brazos para contener tantos errores engordados con la leche que chorrea de mi lengua. Los desaciertos tienen más de cuatros patas y tantos pares de ojos como cabellos se secan cada día en mi cabeza.