Le dí la mano a Dios... (También le tomé una foto con mi celular, la primera aquí abajo)

¿Cómo explicarlo? Un ejército de cámaras y fotógrafos me rodeaban, empujaban, pisaban, decían "no vas a lograrlo". Pero pude escabullirme. Sorteé uno, dos periodistas de típico programa frívolo y quedé a escasos centímetros. Diego, Diego, grité... Él derretía los micrófonos con su carisma. Y de pronto me vio. Cruzamos miradas y el 10 entreabrió los ojos como diciéndome "¿qué pasa?". Me sentí Caniggia en la jugada previa al segundo gol frente a Nigeria, en el Mundial de 1994. Le marqué el pase. Y él hizo la pausa como sólo el más grande puede hacerlo. Ya más cerca, le extendí la mano. Temblorosa. Urgente. Diego notó el esfuerzo y me ayudó tomándome del brazo. Y me estrechó la palma. Fuerte. Luego se fue, perseguido por una docena de mercenarios ávidos de polémica barata. Las cámaras me ganaron lugar y yo quedé a un costado. Satisfecho. Quebrado por la emoción. Pero volví a intentarlo. Y en un giro quedé pegado a su espalda. Con la melena que cientos d...