Hay

Hay un momento. Una mirada altanera que busca otra ceja para convencerse de su propia cobardía. Tan agresivo es comenzar a confiar en una sombra; en otro sueño soñando a que sueña el mismo sueño... tanto como pedirle clemencia anticipada a esa sábana-fantasma que todavía se sienta a la mesa, duerme hasta tarde los domingos y tuerce la boca dos minutos después de haber llegado al orgasmo. Pasos que guían la travesía mareada de un hombre sin vida. Que respira. Repasa el humo con los dientes y despereza su osadía hasta no olvidar que hoy es martes. Y los martes son algo, mucho más, que “La Pavada” del diario Crónica. Son corbatas y sacos prendidos por el medio... justo por el botón que siempre denuncia -envuelve de prejuicios- a los rellenos de inquietud. Los martes son reumas que duelen aunque no haya humedad. Tartamudos suspicaces que se resignan a cantar en silencio...

Hay un momento en el que girar sobre un pie es volverse árbol. Es trepar un peñasco para ver, entre ventarrones y bandadas de patos, como duerme la última cuenta pendiente que alguien olvidó acompañar hasta la puerta. Los martes son días de luto para los que aman las melodías que terminan en vocal. Para los que sacuden cada pantalón en búsqueda de esos cordones de vereda que hoy no son más que un mero escalón para sillas de ruedas.

Después, vuelve el reflejo en el agua estancada. De la fuente abarrotada de peces muertos. Del parque abarrotado de gatos sin hambre. Sin pelo. Sin maullidos. Ahí. Ahí es cuando llega el eclipse. Y tu faro es una luciérnaga cansada. Que se apaga. Se apaga... ¿cómo hago entonces? ¿Debo pararme siempre con la palma hacia delante para ver si esta vez realmente puedo detener el tren?

Mano prohibida y puño que derriba. Contemplar -copa de vino entre los dedos; garganta sedienta- como las comadrejas devoran las entrañas de El Galo, que yacen revueltas, esparcidas, pisoteadas, negras, fétidas, sobre los rieles; vísceras que ríen, chillan, gotean, se acurrucan, vuelven al tórax, salen y se pierden en el intestino grueso del roedor más pestilente: ésa es la señal. De que hay un momento. Siempre hay un momento. Y sólo nos pide que lo tomemos de la mano. Que lo hagamos disponible. Complaciente. Como a cualquier esclavo enamorado...

Comentarios

Noe dijo…
Elimino la mudez, y ya se modifica el significado (con éste comentario me acabo de dar cuenta de cuánto vale quedarse en silencio).

Sólo diré: Ay.

(Y te comento que me lo paso a mis documentos, para leerlo "más mejor").

Ahora sólo AY.

Besos.

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