El ritmo Idiota

Se despereza y estira sus músculos conmigo. El ritmo idiota. De la murga de los idiotas. Que repiquetea, siempre enfermizo, el mismo goteo. Que cuenta. Uno. Dos. Tres. “Ahora”, como murmura una garganta esclavizada por el vaivén. Pero ese “ahora” no llega nunca: es un anuncio en falso que aliviana ansiedades semidormidas.

Saltos que nunca despegan bajo un cielo de chapas tiznadas que ahoga. Carne transpirada y puntapiés al aire denso aunque el final de la canción nunca llegue. Porque jamás degollarán el estribillo. El ritmo de los idiotas está hecho para volverse carbón y perdurar hasta agotar el último reloj.

Un silbato despierta y endereza a los bailarines que equivocan la melodía. Porque siempre los hay. Vuelve el brinco absurdo. Plantas de pie y un tac, tac, tactactac, anudado a la tierra. Deshabitada de lombrices. Que no puede ser otra cosa más que baldosa, bicicleta, pelotazo, porrazo y rodilla lastimada.

Los niños son los que aprenden más rápido a marcar el paso. Pronto acumularán cicatrices en la espalda y se arrancarán la piel; despellejarán, matarán a pisotones, esos mismos juguetes que ahora anhelan.

Asesinos en miniatura. Prendidos con dos dientes a una fila india de tetas-ubres gordas de leche ácida. El yogur cortado que siembra de tendones esos mismos talones que ahora barajan el baile imperecedero.

Las quinceañeras separan las piernas y caen embarazadas al son de los tambores. El cuero tenso que marca las pulsaciones del semen desbocado. Imprevisto. Y ellas giran sobre colchones miserables sólo abrigadas por un tatuaje de chicle Bazooka. Asustadas por sus propios gemidos, celebran con ojos cerrados y labios resecos la muerte de una adolescencia casi nonata. Luego hacen magia. Sacan carne de muslos escuálidos y la multiplican en sus úteros.

Las veo.

Sumar hueso al hueso y sangre a la sangre hasta mutar en un envase 2 en 1. Champú y acondicionador. Niñas-hembras que alimentan con su hambre a ese hijo que bien puede ser un hermano. Gemelo.

Las veo.

Hasta que de pronto se mueve.

La murga de los idiotas y su paso idiota. Se desliza en círculos dibujados por piernas infantiles que siguen el machaque entre tropiezos y pañales. Platillos de falso bronce en palmas y dedos que más tarde llenarán de tajos el deseo no correspondido. Cada idiota es una esfera dando martillazos uniformes a un anillo oxidado. Burlándose de los charcos cubiertos de zapatillas rotas.

Las quinceañeras embarazadas por el ritmo suben sus remeras y el vientre que crece agranda las sombras. Panzas reventadas de aros que perforan el sueño bailable de fetos pasados por agua. Una teta-ubre pintada con los colores de San Lorenzo endurece su pezón para gritar “avancen”. Mejillas que explotan de sangre acalorada...

Vuelven los saltos. La coreografía que nadie coordina. Hombros y espaldas surcados por estrías blancas que rememoran una bala. El cuchillo de cocina que ya no tiene dientes para trozar la pizza, pero recupera filo cuando es clavado en cualquier antebrazo. El paso y los tambores pueblan el viento muerto de cabellos manchados con orina. De mujeres que envejecen. Adolescentes engordando. El olor rancio de los niños que no se cansan de escupir pañales y pisotear juguetes.

No lo saben, pero cada cuerpo es un soplido que inflama hasta no explotar este cielo ahogado en petróleo. Que así podrá sobrevivir una hora más. Otro día.

Y lo mismo hará la melodía, que no se apagará. Tampoco el tiempo. Para que esta vez nadie pueda realmente escapar. Los idiotas seamos cada vez más. Y al final todos agitemos las cabezas hacia delante para golpear el vacío. Aplaudiendo esta perpetuidad.

Comentarios

Anónimo dijo…
IMPRESIONANTE PROSA. ME ENCANTO: por mas que yo sea repaja para abrir links, de este no me puedo quejar.

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