La hija de Peter Pan

Juega con estómagos de fuego, que derriten la punta de las uñas, la hija de Peter Pan. Busca las últimas líneas escritas, que se chocan hasta quebrarse dentro de la tripa lastimada por la bilis. Junta letras que repican como martillazos. Y sueña sables oxidados que navegan de punta a través del ácido.

La hija de Peter Pan borra con dos parpadeos la sombra caliente que amasan sus labios cuando la noche le pega en los hombros. Cree. Que los gritos se oyen menos fuertes si los cubre con una roca. Que la roca se quedará muda porque la ha visto dormir. Y se dice a sí misma: Las tormentas están tan lejos que no mojan. La sangre nunca se derrama.

La hija de Peter Pan llora cada vez que encuentra un reloj. Y al pan viejo lo tapa con hielo para que no llame a los hongos. No sabe que el destino de la miga es hacerse polvillo. No sabe que al hielo lo derrite su propia mirada.

Le duele la carne que todos los días se acerca cada vez más a la tierra. Le duele el viento a la hija de Peter Pan, que una mañana se quedará con su último cabello. Por eso inventa adivinanzas y se las aprende. Para que el dolor sea de fantasía y no una aguja que le cose lombrices en los pechos.

Y se sabe las respuestas. Para que las mismas lombrices no se enamoren de su cuerpo. Alguien olvidó decirle que el país de Nunca Jamás hoy es un baldío que mañana dará lugar a un cementerio. Alguien le ocultó que los niños perdidos ahora son hombres encontrados que venden esa tierra.

Alguien debió contarle que ahora van a buscarla. A ella. A la hija de Peter Pan. Porque cada vez vuela más y más bajo, aunque murmure nuevos acertijos para no darse cuenta. Porque la última vez que intentó girar en la segunda estrella a la derecha, en pleno aleteo, olvidó que no traía anteojos.

Y terminó por perderse entre los nubarrones de la tormenta que no moja. De la sangre que nunca se derrama. Pero quema. No sabe que detrás de los relámpagos la espera el cocodrilo que ella, siempre en sus adivinanzas, trató de volver roca afónica. Con los colmillos agudos de tanto morder pan congelado. Filoso. Hambriento. Para espanto de la hija de Peter Pan, completamente real.

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